Hora ciega

Quisiera abrir mis venas bajos los durazneros,
en aquel distraído verano de mi boca.
Quisiera abrir mis venas para buscar tus rastros,
lenta rueda comida por agrias amapolas.

Yo te ignoraba fina colmena vigilante.
Río de mariposas naciendo en mi cintura.

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Isotermia

Te supe un condenado otoño
al ras de las cortezas
en el sinuoso curso de meandros

Choque brutal de pupilas perplejas
vorágine apretando estupro con el cielo
acunándonos el vértigo Iniciados babilonios

te supe a media voz Con un deseo mágico
rozándonos tobillos los secretos más
profundos del pecado

Sabía que existías
que te extendías grave en severos firmamentos
que conjugabas hechizos y serpientes

Que mecías tu cuerpo entre sombras ajenas y neblina
que tu gula era salvaje
que te enviaba Belili el infernal

Me convenció tu juego irreverente
tu descarnada afrenta Tu azul arcano
tu ser de sorpresiva ráfaga encantador heraldo

Y pregunté mil cosas esa noche
Era otoño Contestabas de perfil
repasando obrajes de tu lengua por mis labios

Desbaratamos trágicas hipótesis empanadas ordalías
amable triunfó la rosa de los vientos
y mi mano fue a tu mano

Sentimos nos unía la línea el tiempo el color
Robando el paraíso lo trepamos entre estelas jeroglíficas
colmamos tabernáculos de Ishtar con corderos y un buey blanco

Ondulando recíprocos por una ciencia infusa
por una rara geometría acortando distancias de mortales
ufanos entre sables curvos propicia luna vino en cráteras

Tu calor era regresando del exilio
Incontenidas pasiones estallaban las arterias
Isotérmicos derruimos prologales muros del temor o la vergüenza

Aquella noche la primera Era otoño
Estación para gente de «savoir vivre» de «savoir faire»
Nosotros

Aquella vez se perdieron tus ojos en los míos
y yo sin detener el alma
logré despedazar a tu tristeza

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Pasión y muerte de la luz

VIII
Mi entraña mereció, panal mestizo,
la incorruptible ley de tu voluta.
En cada nervio de clavel o fruta
un embozado arroyo de granizo.

La abeja por mi sangre se deshizo.
Vi las raíces de tu isla enjuta,
y el atisbo tenaz de la cicuta
mezcló a tu piel su aroma fronterizo.

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Trino y uno

II
Después de tantos mares donde se deshojaron
en otoños de espuma los leves rostros muertos
y fueron como sombras de incendiados marfiles
a plegarse en el fondo de dormidos espejos,
aquel sol de violetas y oro decapitado
que invadió sordamente la raíz de tu pecho
y trepó hasta tus ojos con moradas espinas,
y hasta tu voz con ácidos aguijones de hielo.

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Tú, has vuelto

Dame la mano ángel
sin heridas.
Piedra, dame tu esquivo corazón sin arrugas.
Nube, dame tu rostro de repentina fruta.

Hermanos, sostenedme
la alegría.
Temo que la ceniza me invada de repente.
Voy a caer sin sangre, van a volar mis sienes.

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Tú, por mi pensamiento

¿Que se estiró la tierra
hasta el gemido?
¿Que fue el cielo sonando sus campanas azules
desde el pálido sueño a la sangre que sufre?

¿Que se ha cruzado un río,
llanto y llanto?
¿Que se han cruzado veinte galopes de cristales,
con sus veinte misterios llenos de claridades?

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Visiones

XVIII
Las madres allí están, desde allí miran
las polvorientas, las hundidas madres,
secas fuentes del hijo,
los vientres desfondados,
los arrugados muslos como perlas marchitas,
largos lirios quemados por las lágrimas
en un aire que gime como los moribundos,
aire que huele a la perdida sangre
en que los hijos nadan
antes de entrar en el combate de oro,
cuando estrenen su casa de temblores
vistiendo el tenebroso
ropaje del perfecto paraíso.

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Apocalipsis XX (Visión primera)

El cuerpo del monstruo fulmíneo llenaba el espacio
como un pez que se hubiese tragado la mar.
No existía ya sitio más que para un temblor
y la luz era a un tiempo su piel y su carne.
Un leve punto, gota, gota, embrión de la tiniebla,
apareció en el tenso vientre en llamas,
en el furioso vientre hurgó como semilla de la noche.

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Atalaya

Sobre este muro frío me han dejado
Con la sombra ceñida a la garganta
Donde oprime sus brotes de tormenta
Un canto vivo hasta quebrarse en ascuas.
Yo aquí mientras el sueño los despoja
Y en sueños comen su mentida baya
Para erguirse en las venas de la aurora
Pábulo gris de su sonrisa vana;
Yo aquí mientras los sabios inocentes
Y los tranquilos de crujiente casa
Durmiendo abajo, y aprendiendo el frío
De sus angostos mármoles descansan;
Yo aquí volteado por el viento negro
Que el olor de la noche desampara,
Los cabellos fundidos en raíces
Que van abriendo turbulentas lamas;
Yo solo entre planetas condenados
Que en busca de sus huesos se desmandan
—la edad del mundo en esta pobre sangre
que entre las quiebras de su historia clama—
yo aquí turbado por la paz bravía
que con sagaces témpanos me aplaca,
sintiendo entre las médulas ausentes
el duro frenesí de las espadas;
yo aquí velando, los desiertos ojos
quemado por el soplo de la nada,
las negras naves y los negros campos
vacíos de sus oros y sus lacras.

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Callar

a A. Rimbaud

Rigor de esta ciencia rara
que en relámpago indiviso
del infierno al paraíso
quiebra el color de mi cara.
Que ya no me desampara
su asistencia abrasadora,
la palabra me devora
si me aviva el pensamiento,
y en callada flor del viento
mi antigua canción demora.

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Combate imposible

Con astuta cabeza de zafiro,
Bloque de piedra fría y transparente,
Inmóvil, la mandíbula sellada,
Linda con la tiniebla el monstruo leve.

Mientras el polvo en que se duele el mundo
Curva su flor, su lágrima troquela,
Y entre los tersos cánticos del día
Sordas espadas con su vuelo templa.

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Desdén

a Paul Valéry

Vuélvete rosa desnuda
al carmen rosa del cielo.
La forma de mi desvelo
frente a tu sonrisa duda.
Quiero y no quiero tu ayuda
pábulo de mi agonía;
vuelvo la espalda a tu día,
y en esta nocturna rosa,
con tu ausencia rencorosa,
me quema la geometría.

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Interrogación ¿ ?

Dejóme Dios ver su cara
cuando entre paloma y flor
sobre aquel cielo mayor
brotó una blanca almenara;
dejóme Dios ver su cara?

Me miraba Dios acaso
cuando en la noche sin mella
dejaron lirio y centella
testimonio de mi paso;
me miraba Dios acaso?

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La página vacía

a Stéphane Mallarmé

Cómo atrever esta impura
cerrazón de sangre y fuego,
esta urgencia de astro ciego
contra tu feroz blancura.
Ausencia de la criatura
que su nacimiento espera,
de tu nieve prisionera
y de mis venas deudora,
en el revés de la aurora
y no de la primavera.

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La palabra

De pronto el viento que movía
Las vestiduras y las almas
Borra en un sueño de ala inmóvil
Su rumorosa torre de alas.

Cada mujer y cada hombre
Solo en su sola huella marcha,
Y se ignoran secretamente
En el desnudo de la plaza.

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La ráfaga

Tuvo en la mano el ramo erguido,
brioso relámpago de fiesta.
Por las corolas de ascendía
la luz amarga de la tierra,
la luz del hueso amanecido,
la luz en trance de cometa,
la luz alzada por su rostro
contra el fragor de la tiniebla;
la luz audaz que abre en su risco
despeñaderos a la abeja,
la luz que andaba por sus ojos
sobre las lágrimas sedientas.

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Liras (IV)

¿Por qué me duele el cielo
su luz de llaga que olvidó la muerte?
¿Por qué este oscuro duelo
que mi lengua pervierte
y en mi propio verdugo me convierte?

Voy a vivir la estrella
voy a tocar su frente de alegría.

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Liras (V)

Voy a llorar sin prisa.
Voy a llorar hasta olvidar el llanto
y lograr la sonrisa
sin cerrazón de espanto
que traspase mis huesos y mi canto.

Por el árbol inerme
que un corazón de pájaro calienta
y sin gemido duerme,
yal gran silencio enfrenta
sin esta altiva lengua cenicienta.

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Mira

Ven, acércate hermano, ven y mira
la vena enlucerada que desciende
lenta por las entrañas pudorosas
del animal vencido; ven y mira
como quien quiere ver: adentro mira.

Quiero mostrarte esta sencilla puerta
que no has abierto nunca y se te ofrece
bajo las cerraduras celestiales
que abrasan mano y sangre y pensamiento;
que te devoran sin razón ni duda,
que te hacen circular por la ceniza,
que te avientan en aires pavorosos
y te devuelven a tu triste sangre,
a tu quieta mirada te devuelven,
a tus éxtasis, vagos a gu asombro,
a tu límite frío, a tus miserias,
a este asomarse a las entrañas puras
de un animal vencido… Pero mira,
mira y verás el rastro enlucerado,
mira y verás, porque salvado seas.

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No puedo

No puedo cerrar mis puertas
ni clausurar mis ventanas:
he de salir al camino
donde el mundo gira y clama,
he de salir al camino
a ver la muerte que pasa.

He de salir a mirar
cómo crece y se derrama
sobre el planeta encogido
la desatinada raza
que quiebra su fuente y luego
llora la ausencia del agua.

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Tiempo II (X)

¿Cuándo la rosa concibió este frío?
¿Cuándo esta leve sombra cazadora
afinó en mi garganta su rudeza
y me detuvo en la canción que llora?
¿Cuándo nació la pálida maleza
que enturbia el goce de su pulcra aurora?
¿Cuándo perdí su celestial privanza,
de sangre a sangre el nudo y la alabanza?

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Tiempo III (XV)

Tu aire esculpe el otoño en mi garganta.
La lumbre de las uvas montaraces
mis arriscadas vértebras levanta.

Dividio entre lágrimas rapaces
cruzo tus laberintos transparentes
empañados de perros y torcaces.

Palpo en tu rostro mis cenizas, claras,
mis pies vislumbro en tus cerradas fuentes.

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Yo te sentí, paloma

Yo te sentí, paloma, en las mejillas
recién salidas del manzano alerta.
Tu cauto pico me encontró despierta
deletreando arenales y gramillas.

Jugaba un aire enano en mis rodillas
cuando tu anunciación pasó mi puerta.
Liviano amanecer, mi frente abierta
sufrió la voluntad de las semillas.

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