A Federico, con unas violetas (II) de Luis García Montero

y recuerdo una brisa triste por los olivos
F. G. L.

Después
de la prisa cansada de los últimos trenes
nada vuelve. Sólo queda
tu rostro sobre Broadway
y es difícil, de tanta soledad,
cerrar los ojos sin dudar que existes.

Absurda
esta lengua de fuego que parte el horizonte,
que se extiende indomable sobre los corazones,
multiforme y herida,
que revienta y parece
la sonrisa forzada de una máscara rota.

Sola
la ciudad se disfraza en un escalofrío
y sus ojos te apuntan
lineados y ciegos
como un rastro de dientes que se olvide en los hombros.

Entonces
el alcohol es la sangre que desnuda los labios,
porque viene la noche,
porque llega la muerte sobre un brazo doblado
para dejarte a solas con tus años.

Triste por los olivos,
mientras Harlem entorna sus ventanas,
el tiempo es una brisa que ya nadie recuerda.