Amor,
en este poema
no existe el tiempo:
todo el curso del Universo
se da en él a la vez.
Versión de Andrés Sánchez Robayna
Amor,
en este poema
no existe el tiempo:
todo el curso del Universo
se da en él a la vez.
Versión de Andrés Sánchez Robayna
Íbamos de camino,
mi cariño en sus brisas te oreaba.
Tu cabello llevado entre los céfiros
era también como brisa del alma.
Eras también como brisa en la brisa.
¡Qué claridad rumorosa mis ansias!
¡Oh transparencia vital que encendía
toda mi vida, cual fuego en luz blanca!
Estoy amándote como el frío
corta los labios.
Arrancando la raíz
a lo más diminuto de tus ríos.
Inundándote de dagas
de saliva esperma lumbre.
Estoy rodeado de agujas
tu boca más vulnerable.
Marcando en tus costados
el itinerario de la espuma.
Yo no sé nada de la vida,
Yo no sé nada del destino,
Yo no sé nada de la muerte;
¡Pero te amo!
Según la buena lógica, tú eres luz extinguida;
Mi devoción es loca, mi culto, desatino,
Y hay una insensatez infinita en quererte;
¡Pero te amo!
Mi forma inerte grande como un mundo
no tiene noche alrededor ni día
pero tiniebla y claridad por dentro
hacen que yo, que tú, vivamos.
Mares y cielos de mi sangre tuya
navegamos los dos. No me despiertes.
No te despiertes, no, sueña la vida.
Venus, la de los senos adorados
que nutren de vigor savias y rosas;
la que al mirar derrama mariposas
y al sonreír florecen los collados;
la que en almas y cuerpos congelados
fecunda vierte llamas generosas,
de Eros a las caricias amorosas
ostenta sus ropajes cincelados.
Ya acudes a tu cita misteriosa
con el inquieto mar, luna constante,
y asoma las playas de Levante,
hostia de luz, tu cara milagrosa.
En la onda azul, cual nacarada rosa,
se abre tu seno con pasión de amante,
y dibuja un reguero rutilante
tu pie sobre la espuma en que se posa.
Mujer de luz, mujer idealizada,
que apagaste tu lámpara de oro:
aun pienso ver la escarcha de tu lloro
dentro de tu ataúd amortajada.
Vuelve a surgir de gloria coronada;
sal otra vez del mármol incoloro;
yo te amo, yo te vivo, yo te adoro,
llena de luz como una desposada.
Está tu carne de ágata y de rosa
donde el sol con la nieve se combina
dotada de una luz casi divina,
casi extrahumana y casi milagrosa.
Tiene ideal traslucidez preciosa
que cual racimo de oro te ilumina,
y en tu cutis de leche se adivina
sangre de fresas pura y ruborosa.
Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
el ser y con la tierra y con el cielo,
con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;
amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.
Y cuando la montaña de la vida
nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
amar la inmensidad que es de amor encendida
¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!
Amor, deja que me vaya,
déjame morir, amor.
Tú eres el mar y la playa.
Amor.
Amor, déjame la vida,
no dejes que muera, amor.
Tú eres mi luz escondida.
Amor.
Amor, déjame quererte.
Abre las fuentes, amor.
Cúbreme, amor, el cielo de la boca
con esa arrebatada espuma extrema,
que es jazmín del que sabe y del que quema,
brotado en punta de coral de roca.
Alóquemelo, amor, su sal, aloca
Tu lancinante aguda flor suprema,
Doblando su furor en la diadema
del mordiente clavel que la desboca.
Ven, mi amor, en la tarde de Aniene
y siéntate conmigo a ver el viento.
Aunque no estés, mi solo pensamiento
es ver contigo el viento que va y viene.
Tú no te vas, porque mi amor te tiene.
Yo no me iré, pues junto a ti me siento
más vida de mi sangre, más tu aliento,
más luz del corazón que me sostiene.
Soñé que la mujer a quien adoro
con infame perjurio me engañaba
y a otro amante feliz, le abandonaba
de su amor el bellísimo tesoro.
Soñé que apasionado, que sonoro
su beso en otra boca resonaba
y aunque el sueño mis párpados
cerraba los abrían las fuentes de mi lloro.
Bajo el sol tropical de las Antillas
marchítase la flor;
como ella palidecen tus mejillas
al fuego del amor.
Mas la pálida rosa, vida mía,
la reina es del pensil,
y la besan, temblando de alegría,
las auras del abril.
Todo recomienza.
El que ama se pierde.
¡Ay qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!
Por tu amor me duele el aire,
el corazón
y el sombrero.
¿Quién me compraría a mí
este cintillo que tengo
y esta tristeza de hilo
blanco, para hacer pañuelos?
Ay voz secreta del amor oscuro
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!
¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡Ay silencio sin fin, lirio maduro!
la mar no tiene naranjas,
ni Sevilla tiene amor.
Morena, qué luz de fuego.
Préstame tu quitasol.
Me pondrá la carne verde
-zumo de lima y limón-,
tus palabras -pececillos-
nadarán alrededor.
La mar no tiene naranjas.
En el espejo de tu cuerpo, esposa,
recogiste mi rostro, tan fielmente,
que la línea más honda de mi frente
quedó presa en tu sangre temblorosa.
Me copiaste, mujer, mujer hermosa,
en tu río de amor, en tu corriente,
y devolviste generosamente
mi cara de montaña silenciosa.
Unas trenzas oscuras y una flor.
Y una boca que ignora su pasado.
Y un corazón pequeño y un callado
deseo de saber lo que es amor.
Yo -plenitud del hombre soñador-
la ungí con el perfume deseado;
le regalé una rosa y un pecado
y un beso apasionado y un temor.
Te quiero así, mujer: sencillamente,
como quiere el pastor a sus ovejas,
el caminante a las encinas viejas
y el río matinal a su corriente.
Te amo como las casas a la gente
y como la colmena a las abejas,
y los ojos dormidos a las cejas
que vuelan en el cielo de la frente.
Yo descubrí tu boca, yo te puse
en la boca mis uvas torrenciales,
y con los pasos de mis animales
una marcha enlutada te compuse.
El color que más amo y más te luce
es el ebrio color de los parrales,
porque desencadena mis metales
y a tus grietas profundas me conduce.
No temáis, chamarra mía,
Que os puedan a vos decir
Si no que por me seguir
Dexastes la compañía.
Si me tuvistes amor,
No estuvistes engañada,
Pues yo os quise deshonrada,
Por veros de mi color.
Salimos del amor
como de una catástrofe aérea
Habíamos perdido la ropa
los papeles
a mí me faltaba un diente
y a ti la noción del tiempo
¿Era un año largo como un siglo
o un siglo corto como un día?
Amor salvaje.
¡Qué bien estás,
desgarrándome toda!
Amor salvaje.
¡Qué bien estás,
amenazando mi vida!
Amor salvaje.
Qué bien estás,
contenido en lo inexplicable.
El amor,
es del color
de mis sandalias.
¿Sabes?
A veces,
es raro sentirse:
¡Voy descalza!
Evito luciérnagas
caminantes,
piedras gritonas
a hombre
¿Sabes?
El amor,
es del color
de mis sandalias…
¡Voy descalza!
Todos lo que amo
están en ti
y tú
en todo lo que amo.
Es simple nuestro amor
sin estallidos
como una de esas casas
con helechos
y alguna que otra rana
intempestiva.
Quiero ser todo en el amor
el amante
la amada
el vértigo
la brisa
el agua que refleja
y esa nube blanca
vaporosa
indecisa
que nos cubre un instante.