¡Oh tú, la hermana de la luz primera,
símbolo del amor en la tristeza!
Ciñe tu rostro encantador la bruma,
orlada de argentados resplandores;
Tu sigiloso paso de los antros
durante el día cerrados cual sepulcros,
a los tristes fantasmas despabila,
y a mí también y a las nocturnas aves.
Poemas de Johann Wolfgang von Goethe
¡A través de la lluvia, de la nieve,
A través de la tempestad voy!
Entre las cuevas centelleantes,
Sobre las brumosas olas voy,
¡Siempre adelante, siempre!
La paz, el descanso, han volado.
Rápido entre la tristeza
Deseo ser masacrado,
Que toda la simpleza
Sostenida en la vida
Sea la adicción de un anhelo,
Donde el corazón siente por el corazón,
Pareciendo que ambos arden,
Pareciendo que ambos sienten.
Cierto día, temprano, cuando el empeño se adornó con impaciencia,
La Musa siguió la corriente del río,
Hasta un rincón apartado y tranquilo.
Rápida y sonora fluía
La cambiante superficie distorsionada,
Hacia sus figura encantadora que huía,
Entonces la Diosa abandonó la ira.
Hinchada el agua, espumajea,
mientras sentado el pescador
que algún pez muerda el anzuelo
plácido aguarda y bonachón.
De pronto la onda se rasga,
y de su seno-¡oh maravilla!-
toda mojada, una mujer
saca su grácil figurilla.
Y con voz rítmica le increpa:
-¿Por qué, valiéndote de mañas,
hombre cruel, tiras de mí
para que muera en esta playa?
¿Quién tan tarde cabalga en la ventosa noche?
Un padre con su hijo, a lomos del corcel
bien cogido lo lleva en sus brazos, seguro
y caliente al recaudo de su regazo fiel.
-Hijo mío, por qué escondes así triste tu rostro?
Van cabalgando en altas horas
entre la lluvia y el misterio,
y como el niño está miedoso
lo arrima el padre contra el pecho.
-¿Qué tienes, hijo, que así tiemblas?
-Al rey de los silfos contemplo
con cetro real y manto undívago.
Hubo en Thule un rey constante
con su amada, la que un día,
al morir, dejó a su amante
áurea copa que tenía.
Fue, de allí, la taza de oro,
don de mágica riqueza,
y al beber, la real tristeza
la humedecía con lloro.
¿Qué acento afuera del portal resuena?
¿Qué rumor de la fuente el aire agita?
Dejad que el canto que el espacio llena
en la real estancia se repita.
A la voz de su rey, que así lo ordena,
el paje a obedecer se precipita,
y cuando vuelve, dice el soberano,
haced entrar al trovador anciano.
¿Qué me reserva el devenir ahora
y este hoy, en flor apenas entreabierta?
Edén e infierno mi inquietud explora
en la instabilidad del alma incierta.
¡No! Que al cancel de la eternal morada
los brazos me transportan de mi amada.
A vosotros debemos el saber
que hemos sido felices una vez.
¡Decid, piedras; hablad vosotros, altos palacios!
¡Una palabra, oh vías! Genio, ¿no te conmueves?
Sí, un alma tiene todo dentro tus sacros muros,
¡oh Roma eterna!
¡Rendid a quien queráis, parias! ¡Yo estoy ya a salvo!
Bellas damas, señores de la más rancia alcurnia,
comunicaos noticias de los viejos parientes
y a la cohibida charla siga el insulso juego.
Y vosotros también, con vuestras sosas peñas,
grandes y chicas, todo de tedio me llenáis,
repitiendo esas sandias políticas noticias
que a lo largo de Europa persiguen al viajero.
¡No te pese, oh amada, tan pronto haberte dado!
Segura está; de ti yo nada malo pienso.
Por modo muy diverso de Amor las flechas hieren:
las hay que el corazón lentamente envenenan,
y las hay que buidas, traspasan la médula
y en fiebre fulminante la sangre nos inflaman.
Piadosos los amantes somos; culto rendimos
a todos los demonios, a todo Dios honramos.
¡Iguales a vosotros, romanos triunfadores!,
que en Roma a todos ellos ofrecisteis albergue;
a los egipcios, templos de nocturno basalto,
de blanco alegre mármol a los dioses de Grecia.
Esta clásica tierra felizmente me inspira;
pretérito y presente por igual me seducen.
De los antiguos sigo el consejo, y sus obras
con mano ansiosa hojeo, y siempre en ello gozo.
Mas Amor en la noche de otro modo me ocupa,
y por poco que aprenda doblemente me ufano.
“¿Es posible, ¡oh cruel!, que así tú me zahieras?
¿Se expresan de ese modo en tu país los amantes?
Pase que así lo haga el vulgo. ¡Con él peco…!
Aunque no; que a ti solo me siento yo obligada.
Estos trajes dirán a la mordaz vecina
que la viudita ya por su esposo no llora.
¡Cuán feliz soy en Roma! Evoco aquellos tiempos
en que la turbia luz del Norte me envolvia,
turbio y pesado el cielo sobre mí gravitaba,
y sin color ni forma se me mostraba el mundo,
haciendo que otease con pena los sombríos
senderos que se abrían ante el yo insatisfecho.
Cuando dícesme, amada, que nunca te miraron
con grado los hombres, ni hizo caso la madre
de ti, hasta que en silencio una mujer te hiciste,
lo dudo y me complace imaginarte rara,
que asimismo a la vid faltan color y forma,
cuando ya la frambuesa a dioses y hombres seduce.
Brilla otoñal la llama de los campestres lares;
chisporrotea trepando por el sarmiento aprisa.
Más que nunca esta noche me agrada, pues aun antes
que la rama se tueste y se cambie en rescoldo
ha llegado mi amada. Reanímanse los leños,
y la noche nos brinda tibia y fulgente fiesta.
Alejandro y Julio, y Enrique y Federico,
de buen grado me dieran la mitad de su gloria
porque solo una noche mi lecho les cediera;
mas, ¡ay, qué pobrecillos!, presos los tiene el Orco.
Así que date prisa a gozar, tú que vives,
antes que al pie fugaz te eche el lazo Leteo.
¡Oh Gracias! E1 poeta en vuestro altar depone
estas pocas hojillas en que rosas apuntan.
Complacido os ofrenda, que siempre se complace
el artista en su estudio, aunque un panteón semeje.
Su frente baja Jove y la suya alza Juno;
Febo avanza y sacude su rizada melena;
adusta, Palas mira, y el alígero Hermes
vuelve a un lado sus ojos, zumbones como tiernos.
¿No percibes, amada, la alegre gritería
que en la flaminia senda resuena? Son braceros,
segadores que al fin tornan al patrio lar.
Cogieron ya la próvida cosecha del romano
que ni aun a Ceres misma corona ofrendar quiere.
De la gran diosa en honra fiestas no se celebran,
que en lugar de bellotas áureo trigo da al hombre.
¡Un pícaro es Arnor que a quien lo cree engaña!
Humildoso a mí vino: “De mí no desconfíes;
contigo soy leal, que tu vida y tu lira
a cantar mis loanzas bien sé que consagraste…
Mira: hasta a Roma misma te he seguido, y quisiera,
en esta tierra extraña, procurarte algún gusto.
“¡Mozo, enciende la lámpara!” “¡Aún es de día! ¿Por qué
gastar en balde aceite? ¡No cerréis las ventanas!
Tras las casas el sol, o tras los montes, pónese
aquí. Y aún media hora para la noche falta…”
“Cállate y obedece! A mi amada yo espero…”
¡Oh lámpara, emisaria de la noche, consuélame!
¡A Britania remota nunca a César siguiera;
más bien a la taberna con Floro me habría ido!
Que del Norte las tristes brumas me son odiosas
más que ruidosa plebe del claro mediodía.
Y de hoy más os adoro, tabernas, “hosterías”,
cual muy cumplidamente os designa el romano.
“Por qué, oh amado, hoy no viniste a la viña?
Según te prometiera, allí te aguardé sola.”
“Ya fui, mi dulce amiga; solo que por fortuna
a tiempo vi a tu tío, que andaba entre las cepas,
y cauto me escurrí…” “¡Oh, qué tonto que fuiste!
Muchos ruidos me enojan; pero el ladrar de un perro
es el que yo más odio, pues me desgarra el tímpano.
Pero hay uno al que oigo ladrar con gran fruición,
y es el de mi vecino, pues una vez ladróle
a mi amada, y por poco nos descubre el indino.
Hay otra cosa más que me pone furioso
y los nervios me crispa, sin que evitarlo pueda,
de pensarlo tan solo…; os lo diré, ¡oh amigos!:
El pasar en el lecho solitario las noches,
así como también el recelar serpientes,
del amor en la senda, y veneno en las rosas
del placer, cuando en medio del supremo deleite
la inquietud en tu oído su zumbido insinúa.
Dificil es guardar la buena fama que esta
con Amor, mi alto dueño, sé que reñida está.
¿Por ventura sabéis de esa pugna la causa?
Viejas historias son que contar no rehuso.
Esa diosa potente nunca fuera bienquista
en sociedad, que gusta de llevar la batuta;
y así siempre en las altas, divinas asambleas,
en contra tuvo a grandes, pequeños y medianos.
Cuadra al hombre energia y el aire desenvuelto,
mas guardar el sigilo todavia más le cumple.
¡Oh príncipe Silencio! Tú conquistas ciudades,
tú siempre por la vida me llevaste sin riesgo;
ahora en cambio… ese tuno de Amor la lengua suelta
de mi Musa y la mía, tanto tiempo coartada.
Unidos aquí estamos para una accion laudable;
por tanto, hermanos míos, arriba. Ergo bibamus!
Resuenen nuestros vasos y callen nuestas lenguas;
levantar vuestras almas muy bien. Ergo bibamus!
He aquí una sentencia tan vieja como sabia;
conserva su vigencia hoy lo mismo que antaño,
y un eco nos aporta de espléndidos festines,
esta jovial y grata consigna: Ergo bibamus!