Nada te importa la verdad,
y eso no basta para ser poeta.
Para ganar las cimas del Olimpo
confías en tus amigos:
tantos y tan tontos
que acabaron metiéndote en sus antologías.
¿O lo hicieron adrede?
En cualquier caso,
merced a sus esfuerzos
tu estupidez —antes
celebrada tan sólo entre iniciados—
ya es pública y notoria.
Dales las gracias, pero desconfía.