Suspende, fuentecilla,
tu ligera corriente,
mientras que triste lloro
mis ya perdidos bienes.
¿Cuántas veces, estando
en tus orillas verdes,
Lisi me aseguraba
su amor hasta la muerte?
Aquí su diestra mano,
más blanca que la nieve,
en esta arena frágil
escribió muchas veces:
‘Primero ha de tornarse
el curso de esta fuente
que a su Salicio quiere.’
Mas tus promesas, Lisi,
no han sido menos leves
que el papel que escogías
para firmarlas siempre.
Las letras se borraron
por los soplos más tenues
del viento, y tus promesas
por lo que tú quisieres.
¡Ay, contentos soñados
de prometidos bienes!
¡Ay, inconstancia propia
de fáciles mujeres!