Al monte de la mirra
he de hacer mi camino,
con tan ligeros pasos
que iguale al cervatillo.
mas ¡ay Dios!, que mi Amado
al huerto ha descendido,
y como árbol de mirra
suda el licor más primo.
De bálsamo es mi Amado,
apretado racimo
de las viñas de Engadi:
el amor le ha cogido.
De su cabeza el pelo,
aunque ella es oro fino,
difusamente baja
de penas a un abismo.
El rigor de la noche
le da color sombrío
y gotas de hielo
le llenan de rocío.
¿Quién pudo hacer, ¡ay Cielo!
temer a mi querido?,
que huye el aliento y quede
en un mortal deliquio.
Rotas las azucenas
de sus labios divinos
mirra amarga destilan
en su color marchitos.
Huye, áquilo; ven, austro,
sopla en el huerto mío;
las eras de las flores
den su olor escogido.
Sopla más favorable
amado vientecillo;
den su olor las aromas,
las rosas y los lirios.
Mas ¡ay!, que si sus luces
de fuego y llamas hizo
hará dejar su aliento
el corazón herido.