Nubes, helechos rumorosos, piedras,
mi cuerpo anticipándose a los goces
en la colcha mullida de la hiedra;
la siesta me sazona con sus roces
y un tumulto de pájaros rehúye
el vasto territorio del desvelo;
extrañamente de mis dedos fluye
un manantial que sorbe el desconsuelo.
Mis piernas, los anhelos, mis caderas
en torrentes se fueron escurriendo;
era absurdo que tú los detuvieras
apenas desatados y muriendo.
Yo bien sé que me pierdo en lechos de agua
sin vislumbrar la lumbre de tu fragua.