Al despedirse y volverse a ver de Joseph von Eichendorff

En dulces juegos ahora se han perdido
Los ojos de mi amada, y respira apacible.
Sentado permanezco a la escucha junto a la dulce niña,
Acarició los rizos, que aparto de su frente y mejillas.

¡Ay! Gozo, luna y estrellas ya pasaron,
En la ventana requiérenme los vientos matinales:
Que aleje de la nunca en silencio los brazos
Que aun en sueños me abrazan con cariño.

¡Oh, no abras los dulces rayos de tus ojos!
Un beso sólo… Y por última vez
Te dejaré y descenderé por el palacio silencioso.

De mí se apodera la mañana helada, rigurosa;
¡Qué claro y frío y límpido está el mundo!
Profundamente estremecido abandono el umbral tan querido.

II
Un tierno secreto se teje en los espacios silenciosos,
La tierra desata los lazos de diamantes,
Y extiéndense en busca de los dulces rayos celestiales
Las flores que orlan el vestido materno.

En los árboles se oye un vivo susurro,
De oriente llegan purpúreas cintas,
Corren en el crepúsculo los cantos de la alondra –
Tú de tus sueños alzas con suavidad tu cabecita hermosa.

¿Qué sones se acercan volando a la ventana?
¡Qué seductores son tan familiares cantos!
Hay un cantor a la incierta luz crepuscular.

¡Despierta! Tu amado llegó de lugares remotos,
Y a valles y montes volvió la primavera,
¡Despierta, despierta, para siempre eres mía!

En el manuscrito lleva el subtítulo An Luise im December 1814.
Publicada en «Frauentaschenbuch», 1816

Versión de Alfonsina Janés