Los labios suben;
laboriosos, escalan las uñas,
las rodillas
-andinistas de fuego-,
ávidos, se demoran en los pozos de sombra
que conceden la luz.
La exploración se adentra
entre el follaje hirsuto y la fuente pequeña.
Se someten al hueso de un codo guerrillero,
a la remota axila,
a la nuca en declive;
hacen alto en las manos,
manantial de arcanas vibraciones.
La lengua los retiene
en el desfiladero que aísla los pezones,
morados promontorios que erguidamente gimen.
Poderosos ascienden el risco del latido,
la inminencia de amar.
el tembloroso aliento de las cumbres sedientas.
Lentos, suben los labios
hacia el santuario del deseo,
hasta la sonrosada quemazón que los espera.