Envuelto en seda y nardos, encajes y rubíes,
vino el ángel del cielo a verme una mañana;
yo encadenaba plumas de ensueño en mi ventana
con un candor desnudo de lino y alhelíes.
Su corte de querubes y jilgueros turquíes,
cambiaba por mi leche, mi miel y mi manzana;
el beso y la mejilla eran de nácar grana,
de tibios surtidores y absortos colibríes.
Se deslizó en mis venas como pez por el río
y, al tiempo que en su torre daba el reloj la hora,
mané sangre y luceros mezclados con rocío.
Me cerró las heridas su boca que enamora
y abrazando mi cuerpo transitado en su brío,
me dijo: «Eres hermoso». y se fue con la aurora.