Se llamaba Dolor
y era un extraño
árbol enamorado sin viscosas resinas de deseos umbríos.
Se llamaba Dolor, Elvira, a veces.
Y era el Norte de Dios.
Pero sus hojas
se desprendían lentas hacia el suelo.
Era un extraño árbol. Sin raíces
ni savia. Aladamente
arrastraba su tronco carcomido
sobre la tierra.
Sobre la tierra que impaciente,
despiadadamente,
empezaba a girarle por las venas.
A gritarle en su giro,
raudo y rojo,
su ineludible puesto. Allí. En la Nada.