Un arcángel me ronda indiferente,
oigo sus alas cerca de mi aliento;
un arcángel me ronda, yo lo siento
con el peso del aire por mi frente.
El me enseñó a decir «inútilmente»
y a darle los propósitos al viento;
su espada, del metal del desaliento
se hundió en mi voluntad desobediente.
Arcángel rondador de la desgana,
que se lleva el dolor que no me tomo
para traerlo el día de mañana…
Sujetas van las penas por las bridas,
enjaezadas, dolientes, nobles, como
las mulas al final de las corridas.
Sólo la ociosidad es mi tarea.
Las morunas naranjas, gajo a gajo,
vierten su antiguo zumo, y en el tajo
se ha vuelto perezosa la pelea.
Si esto es vivir, que venga Dios y vea
cómo ando con la vida cuesta abajo…
Que cuesta estar de pie mucho trabajo
para después marcharse adonde sea.
El naufragio que llevo entre las sienes,
que es verdad que no cabe en cualquier río,
me trae a mal traer… Y aquí me tienes
contándole una historia a los desiertos,
machacando la vida en hierro frío,
hablando de la muerte con los muertos.
Lo sabe el corazón. Que no se diga
que el corazón no sabe lo que tiene.
Sobre su propia muerte se sostiene
pero la sangre a veces se fatiga.
Cansado y todo dice Dios que siga
habitando el vacío, que se llene
de noches y de nada… Mientras viene
uno se echa a dormir. Pereza obliga.
Con la genealogía de los trinos
cantando está la antigua voz del arte
a la insegura sombra de la suerte,
la memoria se llena de caminos
pero no llegaré a ninguna parte
con este corazón de mala muerte.