Avenida Héroes de Juan Domingo Argüelles

A Pilla y Efraín Bartolomé,
en compañía de Celina y Balam

La ola de Dios del mar de Dios azota.
En la playa de Dios, clavado, hundido,
hijo y padre de Dios, migaja suya,
azotado y cansado y malherido.
JAIME SABINES

I

Aquí estaban los muertos —dijo mi padre—
y el rugido del viento era un mar en el cielo.
Entre el estruendo turbio caminábamos,
entre ruinas y escombros y sueños derribados.
El oleaje buscó playa en las calles;
barcos eran las casas, ya rotas sus amarras.
Aquí murió aquel hombre mientras salvaba
su porvenir, en medio del desastre;
aquí quedó su cuerpo, tronchada su cabeza
por lámina silbante como machete ciego.

II

El aire trajo muerte con su cauda ululante
y cortó limpiamente los hilos de la sangre.
Fue la noche más negra de septiembre:
negro el cielo y Janet rompiendo diques,
luego el amanecer lento como una nube.

III

Apilamos los muertos en la Avenida Héroes,
muertos también nosotros, sin tiempo para el llanto,
muertos nuestros afanes, hundidos en el lodo
bajo un cielo ofensivo sin siquiera una mancha.

IV

Janet tiene la edad de una mujer madura.
Pero nadie se llama Janet en estas tierras.
Janet es un recuerdo como una llaga ardiente
para quienes entonces quemaron los escombros.
Aquí un madero alado se incrustó en una viga,
se acomodó en las hebras de la dura madera
como si en mar se hundiese la plomada.
Aquí estaba el curvato que reventó su vientre
y derramó sus aguas en medio del aullido.
Aquí se desplomaron los árboles más gruesos.
Después vino el silencio que cayó sobre todos
más fuerte y más espeso que el huracán más fuerte.

V

Fundamos la ciudad —dijo mi madre—
sobre el espanto y los recuerdos.
Otra vez fue crearla porque no había
ciudad donde una vez hubo ciudad.
Lento es el viento hoy, débil de tan humilde;
mueve las ramas y las acaricia
como el vaivén del mar que suavemente lame
el musgo de la roca más amable.
¿Para qué recordar aquella noche,
para que convocar esa mañana?
Se posa el aire en la fronda más alta
y ahí se queda inmóvil.

VI

Nunca he visto yo un muerto —dijo entre risas
el loco desde entonces:
el que perdió los hijos y la memoria,
y entre toses de guaro habla solo y olvida,
ya libre del recuerdo,
ya triunfador por siempre
sobre la muerte.