Brindis de Laura Victoria

Voy a partir de nuevo.
Mi camino sin alba y sin ocaso,
en esta noche es turbio interrogante
sobre el vaivén azul del pensamiento,
y en la pálida copa del champaña
mis labios como pétalos de ópalo
inician con su angustia
la vieja caravana del silencio.

Mañana será el mar, la lejanía,
la blanca inmensidad de los recuerdos,
la arena tibia de la playa ardiente,
el cielo claro, el barco solo
en la pleamar de plata,
y a lo lejos como una desbandada,
la luna del olvido en los pañuelos.

Yo misma no sé nada.
No sé qué busco, ni por qué me alejo.
Sólo sé que hay más calma en el oleaje,
más ternura en la brisa
y más fuego en el alma
ligera y veleidosa de los puertos.

Una tarde charolada de brea
me besó un marinero;
tenía dieciocho años,
el cuerpo ágil de color de ámbar,
los músculos de bronce,
la boca extraña como flor de sangre.
Y las pupilas límpidas
eran bajo el palmar de las pestañas
dos horizontes sobre el mar abierto.

Desde entonces hay noche en mis estíos,
y su sonrisa niña
puebla mis soledades
de ninfas y de efebos;
desde entonces sus ojos me persiguen
y al mirar otros ojos
sus pestañas insomnes
suspenden mi deseo.
Porque en todas las bocas que he besado
sólo busco la leche de su aliento,
sólo busco la seda de sus labios
y el sopor deleitoso de sus besos.

¡Por ese niño de cabellos claros,
esta copa de olvido alegre bebo!