A cortar silencio, esposa.
Está Castilla crecida
de silencio y sonorosa
paz, oreo por la herida
melancólica. Qué olores
tiene el campo que amanece.
Alamillos reidores
con el viento que les mece
están cribando en sus hojas
sol y sombra por el suelo.
Coge silencio sin duelo,
que se viertan las congojas.
Huele el campo que alimenta
de serenidad, y canta
un sabor en la garganta
que va de romero a menta.
Disuelve el terrón reseco,
silencio, y dale a la tierra
arada. Rellena el hueco
de sombra con luz de sierra,
y ponme a cantar a coro
con el color de la jara,
con el arbolillo de oro
-cuatro hojicas en la vara-,
con el arroyo serrano
y el pájaro que gotea
uvas de armonía. Sea
grano de trigo en verano
y buche de agua marcera,
y carmín en el poniente,
sagrada sombra de higuera
y diamante en el relente.
Fúndeme a tu ritmo eterno,
silencio del campo mío.
El pensamiento hace invierno
y metafísico frío.
Corta la invisible rosa.
Está crecida Castilla
de silencio para trilla
de corazones, esposa.