No obedece el futuro,
ni el pasado obedece,
ni siquiera los días
contables del presente.
Tampoco las palabras
escritas obedecen.
Son un destino al margen,
unas canciones débiles,
como las caracolas
tocadas de cipreses
que dejan en el viento
las verdades sin suerte.
No obedecen las cartas.
La escopeta obedece
el enigma que sufren
los relojes de nieve.
Porque el tiempo es un curso
sin corazón ni leyes
que olvida las historias
y jamás obedece.
Obedeció el disparo
del suicida en la frente.
Allí, junto a sus cosas,
le obedeció la muerte.