Capoeira de Juan Antonio González Iglesias

Felices los flexibles.
Sus tobillos son súbitos
puntos en el espacio, como estrellas fugaces
en el atardecer. Sus pies alados
no pisan las cabezas de los hombres
porque no quieren. Cercan,
sobrevuelan los cinco centímetros de aura
donde el otro se guarda.
Nadie
diría que han estado durmiendo hasta hace poco,
que han trabajado duro a lo largo del día,
o han estado metidos en rollos malos, porque
ahora
levantan un tobillo por encima
del horizonte
y con el otro pie tocan la tierra.
Así proyectan arcos instantáneos,
con las extremidades inferiores.
Son preferibles a los arquitectos,
y a los programas de diseño gráfico
más potentes. Benditos
los acróbatas nuevos.
Luchan de dos en dos, como los que se aman.
Se atrapan mutuamente en un deseo
que los hará volver. Con golpes inaudibles
se aproximan. Se alejan de los demás mortales.
Tan simbólicamente
tan intrincadamente
combaten, que los ángulos
los pantalones blancos de algodón intangible
las líneas y los músculos euclídeos
trabajan
como instrumentos de alta precisión
al servicio de una sorprendente pureza.
Nada les interrumpe durante media hora.
Jóvenes conflictivos de barrios marginados
cada tarde reducen a cero la violencia.
Felices los descalzos
que conocen a ciegas
el número perfecto de la arena.
Nadie más libre que estos descendientes
de esclavos.
Felices los flexibles.