Un capricho celeste
dispuso que velado
de lágrimas quedara
el nombre del amor;
la alondra, que lo tuvo
casi en sus iniciales,
lo perdiera en el canto
primero que hizo al sol;
la raya temblorosa
del horizonte, herida,
repitiera la llaga
que el eco le dejó;
la lumbre de otros ojos
amortecida, apenas
para el silencio nido,
para el sollozo flor.
Si oscuro fue el capricho,
y signo fue del cielo,
voluble halló una pluma,
rebelde un corazón:
no sometió la sangre
al llanto sus latidos
y desveló el secreto
con risas en la voz.