Es la historia de siempre, los intrusos
se apoderan hasta de nuestros miedos
más infantiles.
Nada dejan librado al azar.
La consumación del sueño, el asesinato
de Trenton deslizado en la silla vacía
del primer morador, las constelaciones
de los primitivos enamorados
que alguna vez pernoctaron por las
raídas habitaciones.
Por allí no pasaron ni arquitectos
de medio pelo, ni ingenieros con la
lengua doblada por el derrumbe
del edificio contiguo
ni la mano de obra desocupada
por las atroces muertes del pasado.
Alguien se equivocó de paradero y confundió
la humedad de los cimientos con la barrendera
de trenzas doradas, la ironía del tuerto
con los rojos zócalos de la intemperie
la pasión del amor con la seguridad del hastío.
¿Quién es quién en este desamparado
aguantadero
sin rosas ni madreselvas para ofrecer
a las visitas hospitalarias?
De algo estamos seguros: no habrá abogado
capaz
de aplicar la consabida ley de desalojo.
Si han tomado la casa, es hora de partir
hacia otro lugar.