Lo sé, lo sé, pero mi rostro finge
oír una noticia inesperada;
Lo sé, lo sé, porque tus ojos brillan
otra vez al llegar cada mañana.
Pensabas, me dices, con ese miedo
que se parece tanto a la esperanza,
estar a salvo ya de la tormenta
y el naufragio, en aburrida calma,
si no feliz, al menos protegida
de aquel dolor que destrozó tu alma.
Pero el tibio refugio que de olvido,
soledad y renuncias levantaste,
para ocultar al mundo tus heridas,
se te antoja de nuevo insoportable;
y vuelves a reír, y tu sonrisa
ilumina tu rostro por la calle;
y a veces también lloras, pero el llanto
tiene algo de dulzura inexplicable;
y vistes otra vez de mil colores,
y esperas impaciente cada tarde.
Reconoces aquella vieja llama,
que pensaste extinguida por el tiempo,
y adviertes cómo crecen sin medida,
uno a uno los vestigios del incendio.
Regresas a la súbita alegría,
A la risa, al temor, al desaliento,
y sientes que otra vez cada mañana
te sonríen los cómplices espejos;
y disfrutas de nuevo de estar viva,
de par en par el corazón abierto.