«Pero Dios, deshabítame el alma de este enjambre
de estas abejas negras que yo dulce alimento…»
Ni siquiera yo sé por qué me vive
la vida, este aluvión de torpes luces
en criaturas reunidas, aguas
que vienen a mezclarse al caudal mío…
Soy yo tantas mujeres en mí misma!
¡Están viviendo en mí tantas promesas,
tantas desolaciones y amarguras,
tanta verdad que no me pertenece!
Tengo la vida demasiado ciega
con recuerdos -¿de dónde?- que me agobian,
con nostalgias profundas -¿de qué cimas?-
¡Y mi voz, viene a veces tan lejos!
¿Qué estéril hembra honda me recorre
esta heredad vital que soy, gritando?
¿Qué mujer oscurísima y humilde
dispone en mí este sol para el consuelo?
¿Qué caminante altísima se cansa
de poblarse en la luz hacia la sombra
y se acoge al origen, a mi orilla,
junto a los dulces animales vivos?
¿Vengo de raza de mujeres tristes,
con todas las tristezas silenciadas,
o que callaron el susurro exacto
del amor, y me empujan a decirlo?
¿Quién me ha ordenado ineludiblemente
hablar con voz ajena a mi silencio,
presintiendo, crecida, o recordando,
existiendo a la vez de tantos modos?
Yo, múltiple, plural, amigos míos,
no soy nada. Soy todo. Soy aquélla
que se quejaba a Dios de no ser río
y ser mar, ser clamor y no palabra,
ser laberinto y no sencilla ruta,
ser colmena y no ser única abeja…