No me atrevo a mirarte sin motivo.
Y si duermes,
necesito una razón para no verte.
Porque es como si un ángel
dormitara en tus pestañas.
Y es difícil discernir
quién está velando a quién.
Es como si el mar que hay en tu frente
fuera playa
y tu boca una lanchita
atascada entre un coral.
Y tus manos
y tus pies
tuvieran tres años de edad.
Es como si nunca
hubieras ido a un shopping mall.
Eres simple
cuando duermes.
Como si te hubieras desprendido
suavemente
de un suspiro de la luna.
Y tu cuerpo de apóstol vulnerado,
sutilmente inalcanzable,
embelleciera de dolor.
Como si te hubiera herido la mañana,
la metrópoli
y yo.
Eres puro
cuando duermes.
Como un trozo recién hecho de carbón.
Y desvelas a mi alma
a darle el pecho a tu sueño
recién nacido de amor.
No lo sabes.
Que me llora una quietud vasta de estrellas
si te miro sonreír, crucificado,
levemente quejumbroso
entre el espíritu y la piel.
Sé que duermes siempre asido de mi mano.
Falsamente redimido,
pasionario y humillado.
Y siento dolor de parto.
Siento piedad de ambos
por amarnos.