Chispean los minutos como lluvia
de oro en el espejo azul de la consola.
Mediodía de un jueves soleado
en soleante seducción del blanco cuerpo
retenido en la cámara.
La bella
se desteje limosa en los sueños del lino
y, mecida, no sabe si la mano es un pez
bajo liviana ola, o medusa riente
en un brazo de mar.
El cobre del cabello
se derrama cubriendo el cabezal de ascuas
encendidas.
En el cenit el sol arde la fronda.
Y la bella despierta al fervoroso tacto
de la líquida fibra,
y en el espejo mírase,
despeja la espesura
y, sabiamente, ámase.