Cuando en algún momento del viaje
viste un viñedo donde el sol cantaba
me pediste un racimo. Todo estaba
coronando a Septiembre en el paisaje.
Corté un racimo para ti y lo traje
tan maduro a tus labios que estallaba
como si el dulce zumo que sangraba
a tus labios rindiera un homenaje.
Nunca a más suavidad llevó el destino
lo que en las uvas iba para vino
y encontró en tu garganta su condena.
Y nunca ya mí corazón amante
volvió a encontrar, como en aquel instante
tan bello el hurto de la viña ajena…