Gimes, y en vano a la cerrada puerta
llamas de Cloe, que al divino ruego
de amor nunca ha cedido.
Duerme, y no la despierta
ni el más vehemente ruego,
ni el más hondo gemido.
Vete: cual Cloe fría
está la noche; y en la niebla bruna,
ya su disco de plata
tiende a ocultar la luna.
Huye de Cloe dándola al olvido,
y busca otra deidad menos ingrata…
¡Ay!, yo también herido
fui como tú: también de Cloe el daño
lloré; pero va un año
que de Lidia me tiene el talle airoso;
siervo de Lidia soy y soy dichoso.
Fácil Lidia me ama,
fácil al ruego y al amor se inflama;
¡y es, en las frías noches, más ardiente
Lidia, que el oro en el crisol candente!