De «Los poemas de Esteban» de Darío Jaramillo Agudelo

A la luna pálida

Solamente la luna faltaba en esta noche,
en este momento robado a una noche de hace tiempos
muertos que aparecen con la música,
esa aletargada distancia de mi centro
y esa especie de rencor profundo que vive en el lugar que ocupo.
Luna que se quiebra sobre la tiniebla de mi soledad,
solamente tú faltabas en este desolado delirio,
en este oscuro llanto en que me lloro entero.
Apenas tú faltabas, insípida señora blanca de la noche
alumbrando mis trizas y mi aturdimiento,
luna casi amarilla, sucia luna blanca,
pálido velo de luz sobre mi noche triste,
llegas tarde y a tiempo,
apareces detrás de los edificios como si vinieras de otra calle
y puntualmente tu penumbra insinúa
que este día es tan viscoso
como aquel día que fue todos los días hace años,
noche ajena,
luna de otras horas melancólicas,
germen del desprecio y la coraza,
luna maldita, lodosa luna,
luna perversa del insomnio.

* * * * *

Nocturno

Naufraga el sol, entre colores se hunde llevándose el contorno preciso de las cosas,
se corren las cortinas de este cuento.
El azul era azul y es ahora negro.
Detrás de la pared negra de la noche queda el día: a veces, la grieta que abre un rayo
deja ver la luz de tres de la tarde en la trastienda.
Pero ahora es la noche, dama negra, luna blanca, hora del sortilegio y del asalto,
del dulce sueño, del huevo o la gallina.
Se dice que la noche habita en el fondo de los mares. La noche es líquida.
La noche es humedad, aguacero que se desata entre relámpagos, nubes ciegas
que chocan en la oscuridad,
es pantano arrastrado por tinieblas,
la noche son los ríos depositando limo en los océanos,
la noche es humedad, sudor de cuerpos, saliva de lujuria, semen, savia reciclando oxígeno.