Paraísos que nunca se perdieron,
se hallaban emboscados simplemente
en las encrucijadas del futuro
adoptando las formas más disímiles:
azulados caballos que dibujan
los escapes del gas, arborescencias
en bucle del asfalto derretido, palomas
que vuelven al sombrero del prestímano
abatidas por la cohetería
que clausura entre palmas un siglo tan feliz.
Entre estos intervalos de esplendor
se deslizaba el tiempo como un buque
con las luces cegadas, el gobernalle roto
y una leve modorra en el pasaje
que en vano interrogaba a la marinería
por el dudoso muelle del atraque final.