Se iba el tren, y quedaba,
en el aire una mancha
no sé si negra o blanca
de tu brazo…
¡Ay distancia
floridamente amarga!
que tajaba y borraba
aquella línea larga
Y corta y hielo y ascua
que era tu brazo…
Estaba
yo en el andén, sin alma,
y una saliva áspera,
fiera, me apretujaba
la tímida garganta
¡y la brisa borraba
tu brazo!
¡Ay fragancia
a brazo que se escapa
en la noche pintada!
Y qué hondo panorama
en esta vida ácida
de tu brazo…
¡Almohada
de mis noches infaustas,
y nivel de mi agua,
y escaparate para
mi pobre vida lacia,
y soporte de plata
de mi cansancio, y vara
de azucenas nevadas
en mi mortaja árida!…
¡Ay, tu brazo!
¡La traílla
del potro de mis ansias
y el estribo que alza
mi vida de la charca!
Pero se fue…
Clamaba
un resuello de máquina
y un arrastrarse, áspera-
mente, desigualmente
de madera compacta
y de muebles sin alma…
Y se perdió tu brazo…
¿Hasta cuándo? ¿Di?
¿Hasta cuándo?
Que caiga
de esta gran noche alta
toda una lluvia blanca
de estrellas de esperanza,
-¡estación negra y mala
reverso de estas ansias!
Sí: que caiga y que caiga
un estrellón de plata
para que mi esperanza
espere brava y ancha,
tu vuelta. ¡Tú! Mi almohada
y mi espuela y mi daga,
que hoy te vas, en la marcha
de un jardín que se acaba!