Desplegó el mantel y dispuso doce platos,
doce copas de vino, doce tenedores, doce cuchillos…
y se sentó a esperar, de espaldas a la mesa,
la llegada de sus invitados,
e imaginó:
once troncos erectos sobre once sillas,
y sus once cabezas servidas ante sus once platos,
y pensó:
‘Es una imagen justa.
La boca que alimenta el propio oído,
los ojos que buscan su propio reflejo…
justo es que estas cabezas cubran los platos
de esta cena no compartida’.