Generaciones últimas
de muchachas difíciles,
muchachos obligados al orgullo
y tocadiscos viejos, me recuerdan
que en alguna terraza junto al mar,
bajo el calor de un mundo,
estuve yo también,
con esa misma falta de existencia.
(La arena en el sostén y los vaqueros,
el muslo hundido, el vello con la luna,
las manos otorgadas a separar la sombra del perfil,
vinieron a decirme
que no debe cederse ni un palmo de terreno
al invadir el cuerpo que a la vez nos invade)
Con su sabor de hielo,
en barcos que parecen no moverse,
indefinidos y lejanamente,
siguen bailando ahí.
Cada vez más distante
la música que suena me recuerda
que no todos bajamos hasta el mar
una noche posible
de humedad encendida en el verano.
Casi nada heredé,
sólo la tentación y su sonrisa
y aquellos ascensores
más pequeños que un beso.