Dos dudas en qué escoger
tengo, y no sé a cual prefiera,
pues vos sentís que no quiera
y yo sintiera querer.
Con que si a cualquiera lado
quiero inclinarme, es forzoso
quedando el uno gustoso
que otro quede disgustado.
Si daros gusto me ordena
la obligación, es injusto
que por daros a vos gusto
haya yo de tener pena.
Y no juzgo que habrá quien
apruebe sentencia tal,
como que me trate mal
por trataros a vos bien.
Mas por otra parte siento
que es también mucho rigor
que lo que os debo en amor
pague en aborrecimiento.
Y aun irracional parece
este rigor, pues se infiere,
si aborrezco a quien me quiere
¿qué haré con quien aborrezco?
No sé cómo despacharos,
pues hallo al determinarme
que amaros es disgustarme
y no amaros disgustaros;
pero dar un medio justo
en estas dudas pretendo,
pues no queriendo, os ofendo,
y queriéndoos me disgusto.
Y sea ésta la sentencia,
porque no os podáis quejar,
que entre aborrecer y amar
se parta la diferencia,
de modo que entre el rigor
y el llegar a querer bien,
ni vos encontréis desdén
ni yo pueda encontrar amor.
Esto el discurso aconseja,
pues con esta conveniencia
ni yo quedo con violencia
ni vos os partís con queja.
Y que estaremos infiero
gustosos con lo que ofrezco;
vos de ver que no aborrezco,
yo de saber que no quiero.
Sólo este medio es bastante
a ajustarnos, si os contenta,
que vos me logréis atenta
sin que yo pase a lo amante,
y así quedo en mi entender
esta vez bien con los dos;
con agradecer, con vos;
conmigo, con no querer.
Que aunque a nadie llega a darse
en este gusto cumplido,
ver que es igual el partido
servirá de resignarse.