Erudita en lejías, doctora en la compota,
y loro en los esdrújulos latines de la misa,
tal ágil viste un santo, que zurce una camisa,
en medio de una impávida circunspección devota…
Por cuanto el señor cura es más que un hombre, flota
en el naufragio unánime su continencia lisa…
y un tanto regañona, es a la vez sumisa,
con los cincuenta inviernos largos de su derrota.
Hada del gallinero. Genio de la despensa.
Ella en el paraíso fía la recompensa…
Cuando alegran sus vinos, el vicario la engríe
ajustándole en chanza las pomposas casullas…
y en sus manos canónicas, golondrinas y grullas
comulgan los recortes de las hostias que fríe.