El desencanto del Quijote de Chantal Maillard

1. Memoria del viaje

Miré al cielo. Dije
un sueño espera ser soñado.

Venía de otro sueño.
Compartido. Hermoso.
Me asfixiaba. Era tan
limpio el aire
que un grito de dolor hubiese
resplandecido.
Miré al cielo. Cogí mis armas.
Las de ellos eran otras, pero
no había diferencia:
de una verdad a otra, ¿cuánto dista?
¿Cuánta ignorancia las separa
y cuánta las designa?
Es la verdad el nombre
que damos al impulso
con que la vida quiere ser soñada.

Cogí mis armas. Atrás quedó
el hogar. Abierto, el horizonte.

Fue hace mucho tiempo. Ahora…

ahora ya no son tiempos de espejismos.

* * * * *

2. El descenso. Tribulaciones de la agonía

En los bordes del sueño abre
los ojos. Sin abrirlos. Algo
despierta, la conciencia de una
continuidad. De otra continuidad.

Algo despierta y mira dentro (el
dentro de la superficie, que no es
un dentro sino un debajo, como
el forro de un abrigo), buscando algo
en lo que anclarse. Un tema, busca
un tema. Para no acabar. Para

sobrevivir.
¿Sobrevivir? Decidme, ¿quién o qué
sobrevive? –Volver al tema.
En el tema el mí se reconoce
porque alguna parte suya
es afectada y se conmueve.
Como cuando las lágrimas. Por la imagen.
Más que nada, a la mente le gustan las
imágenes. Con ellas, teje.
Y el tejido hace mundo o lo refuerza,
lo hace consistente.

En la orilla del sueño algo, un aliento
que vibra, insiste en las mismas
pautas. Y se hace sólido. Y dice yo.
Y el mí adviene, de nuevo,
creyéndose, creyéndome ahora
en lo que digo. Para no perderme.
No aún. No tanto. No tan aún tantas
veces. Para no deshacerme. Para
sobrevivir pero.
Porque no está claro. Por el peso.
El mí contiene demasiadas
lágrimas. Aunque. El lastre fuerza
a abandonar el texto y condensarse en
los márgenes. Y es bueno –¿bueno?–, es
adecuado. En fin, no es, de ninguna
manera. Sólo hay lastre. Y hay Aún.
Hay demasiado Aún para perderse
del todo.

* * * * *

3. El pánico

El cansancio. La sed. El pánico.
Dentro. Fuera no se mueve. Dentro,
pánico. Humedad que traspasa la
casa-huesos. Entonces voy donde
hay muchos. Como si algo fuese
cierto. Como si algo cambiase y por
eso fuese cierto. Entre todos. Entre
muchos. Cierto porque se mueve.
Como si hubiese meta. Si no se
alcanza no importa. Mejor no
alcanzar. Como si. Para que sea
cierto -¿cierto?-

La hora estimada. La hora de llegada
estimada. Como si algo ocurriese.
Por el movimiento. Por el nombre
que cambia. El del lugar. El de los
ojos, no. Los ojos siguen fijos en el
rostro. El rostro que no veo. Siguen
mirando fuera. Yo nunca veo la
mirada de mis ojos mirando fuera.

El movimiento atrapando la
atención. Reteniéndola. Guiándola.
Llaman historia a ese movimiento
que retiene la atención. Cuando no
hay movimiento fuera, la historia
ocurre dentro. Pueden haber muchas
historias a partir de un solo
movimiento. Entre todas forman una
situación. La situación es un nudo, a
veces una madeja, pero siempre es
un nudo. Algunos nudos retienen el
pánico.

Se produce en el silencio,
antes del movimiento, y
también después. El pánico es
un furor detenido. En un principio
fue el pánico. Tuvo que serlo. Luego,
el furor fue las formas, ésas que el
movimiento produce en razón de sus
detenciones, de sus sacudidas.

Cuando el espacio entre las
sacudidas se prolonga, decimos
que alguien ha muerto. Entonces vuelve
el pánico o, mejor dicho, se abre. Se
abre el pánico y el furor se detiene.

Suele ocurrir también que alguien,
en el movimiento aún sostenido,
caiga en la abertura del pánico. Es
por efecto del vértigo que arrastra
como un esfínter los bordes de
la abertura. Su tiempo,
entonces, queda detenido. En el
pánico.

Por eso hago como si algo ocurriese.
Ocurre al menos la historia como si
algo ocurriese. Un movimiento,
una vez más. Tal vez sirva. Para que
haya historia y me la crea. Lo justo
para poder caer más adelante.

* * * * *

4. Resurrección en la tierra

Mirar al cielo. Luego,
a la tierra. Decir
hay un sueño que espera ser soñado.
Un sueño espera ser soñado.

La boca seca. No hay
saliva. Alzar los ojos,
donde los gavilanes
y los misiles. No, los ojos
a ras de suelo,
donde la hierba,
entre la herrumbre,
donde la hierba arde
verde y poderosa.

He perdido las armas.
He tirado el escudo.
De entre todas las verdades elijo
una sola: la caricia del sol
en el tronco de mi alma
calcinada.

* * * * *

5. El despertar

En los bordes del sueño abre
los ojos. Sin abrirlos. Algo
despierta,
la conciencia de una
continuidad.
De otra
continuidad. Y, entonces,
el milagro: la hierba.
Bajo los pies, creciendo.
¡La hierba!