A nadie golpeamos
y fuimos, al contrario, empujados,
hasta caer de bruces en la yerba.
A nadie hicimos daño
y fuimos juzgados,
silenciados, hundidos, una y otra vez.
No tuvimos valor de levantar la mano
de poner la mejilla, el otro rostro lado
para recibir un nuevo golpe.
Nada hicimos.
Enjugamos las lágrimas, el miedo,
arrinconamos nuestras dudas
los odios
y seguimos intentando vivir -¿vivir?-
amargamente unidos al espacio vital
que nos ofrecen.
Ahora, luego, ya nadie
se pregunte
qué hacer, qué caminamos.
Estamos todavía absorbidos por la tierra
brutal, seca, infinita
que nos tiene apresados.