¿Qué acento afuera del portal resuena?
¿Qué rumor de la fuente el aire agita?
Dejad que el canto que el espacio llena
en la real estancia se repita.
A la voz de su rey, que así lo ordena,
el paje a obedecer se precipita,
y cuando vuelve, dice el soberano,
haced entrar al trovador anciano.
¡Salud! hidalgos y gentiles hombres,
¡Salud! señoras de belleza rara,
de tanta estrella, ¿quién sabrá los nombres?
¿Quién se atreve a mirarlas cara a cara?
Humilde corazón no aquí te asombres
ante esplendor y pompa tan preclara,
y ciérrense mis ojos que para ellos
no han de ser espectáculos tan bellos.
Cierra los ojos y del arpa brota
bajo su mano, excelsa melodía
que con el canto confundida flota
en raudal de purísima armonía.