En el siniestro brazo recostada
de su amado pastor, Silvia dormía,
y con la diestra mano la tenía
con un estrecho abrazo a sí allegada.
Y de aquel dulce sueño recordada,
le dijo: ‘El corazón del alma mía
vela, y yo duermo. ¡Ay! Suma alegría,
cuál me tiene tu amor tan traspasada.
Ninfas del paraíso soberanas,
sabed que estoy enferma y muy herida
en unos abrasadísimos amores.
Cercadme de odoríferas manzanas,
pues me veis, como fénix, encendida,
y cercadme también de amenas flores.’