No era maná del cielo pero había comida para todos y amor de Dios.
De atrás del Tropezón venía el agua, pucha madre, todo el año venía.
A veces despaciosa y pálida como muchacha flaca.
Pero en enero cantaba más alta que los muros del canal.
Sólo ballenas le faltaban para ser otro mar.
De atrás del Tropezón bajaban los canales marrones y pulidos.
De piedra brava de Huarochirí.
Como el elefante de la Compañía de Jesús (una puerta en Huamanga).
Así eran, pues, los artes de los arrieros de la sal -sobrinos de los Incas.
Ellos limpiaban los canales como les enseñaron desde antiguo en las
tierras más altas.
Por ellos nos venían las lluvias de la Sierra entre las lomas y así
honraban al Niño.
Nosotros los honrábamos con sal. Dos cosechas de sal de las Salinas.
Y es la primera en la fiesta de Pallas, donde el mar es azul. La segunda
en la fiesta de los Santos Difuntos, donde baja la niebla y el sol viaja.
Cien parejas de llamas traían los arrieros.
Las llamas con campanas y penachos igual que los castillos cuando
son las fogatas.
Pucha madre, los arrieros de Huarochirí morían por la sal como esta
santa tierra moría por el agua.
Era un casorio bueno, con uva y chirimoya.
Y así se dijo:
De Amorós a San Bartolito sea todo de pinos y flor-inca.
De Chuca al Sur cultívese algodón: Una parte de algodón de la tierra
y dos de pelo largo. En los flancos membrillos y guayabas.
Sean las tierras de Santa María Baja destinadas al cultivo de la
vid y a la gloria del Niño Jesús.
Sean las tierras de Piedra León, tierras de la higuera.
Así se dijo, pues. Dicen que sí.