En un banco,
meneando aburrida mis zapatos de bruja,
yo veía al invierno entrar y salir,
flirtear con el aire y sentarse finalmente a mi lado.
(Otro -pensé- que tampoco tiene nada que hacer
esta tarde.)
Ya me iba a levantar cuando descubrí su espalda
en la ventana de enfrente.
Usted hablaba con alguien.
Y en ese mismo momento
-Ios libros, cómo no, resbalaron patosos desde la falda
hasta el suelo-
se volvió a mirarme.