Al mar dije que no.
Dije también ya no más cielo,
ya no más canto al manantial
ni al eco grácil y purísimo
de sus aguas que bajan
de la más alta inmensidad.
Ahora solamente nombraré la desgracia,
dije y le puse nombre.
Para que arda más la herida
le puse sal y miel silvestre,
y que se escalde así el amor,
y que se escalde, así, mil veces.