Desvelado el espejo -dosel del costurero
saqueado- tantos dones magníficos
excesiva duplica.
Y, no obstante, sólo tiene su cómplice
e incitante señal la madeja encarnada.
Oh, tomémosla. Rasguemos las vítolas,
las hebras desprendiendo con esmero,
y en las tensadas palmas de tus queridas manos
laceolados estigmas bordaré diestramente.
Tan frágiles cutículas, la sangre al traspasar
su rúbrica brillante va prendiendo.
Mas si al sedoso hilo la sangre verdadera
ha querido emular agolpándose cárdena
a su orilla, no te asustes, amor.
Pues presurosamente mi estremecida boca
a tu herida será vaso propicio.
Labios míos temblando, del precioso regalo
de tu mano, tiñéndose. Tu sabor penetrando
mi inviolada saliva, comulgándome,
y el fervor confundido en delirio de besos.