A Stéphanie Ameri
Entonces entender es la fractura,
otra omisión
que no se justifica.
Vas surgiendo
desvaída en el punto en que se rompe
aquel olor de hojas que la brisa
como una nueva explicación del mundo
distrae, alegremente.
Estás sentada.
Tan despeinada y pálida después
del esfuerzo infeliz y del trabajo.
No hay repetición.
Son nombres
que ofreces al azar y, sin embargo,
impensables sin esa compasión
que crece derramada por tu boca,
ese licor de la imprudencia.
Ahora
descansas. Estás sola.
Y es un filo brillante
que a todo da sentido, siempre ahí
desde lo más oscuro, sin ser dicho.