Hay gentes que lo poseen todo y no consiguen hacerlo creer; ricos tan pobres y nobles tan vulgares
que la incredulidad que suscitan acaba por hacerlos tímidos y les da una actitud sospechosa.
En algunas mujeres, las más hermosas perlas resultan falsas. En cambio, en otras las perlas falsas parecen
verdaderas. De igual modo, hay hombres que inspiran una confianza ciega y que gozan de privilegios
que no podrían pretender. Guillermo Tomás pertenecía a esa raza de ventura.
Se le creía. No necesitaba adoptar precaución alguna ni hacer ningún cálculo. Una estrella de mentira le
llevaba derechamente a su objeto. Así, nunca tenía el rostro preocupado, turbado ni ceñudo. No sabiendo
nadar ni patinar, podía decir: «Yo patino y yo nado.» Todos le habían visto sobre el hielo y en el agua.
Un hada especial da esa suerte en el nacimiento.
Hay algunos que triunfan y a cuya cuna no acudió más hada que esa.
Nunca se le ocurrió a Guillermo hacer su examen y pensar: «¿Cómo saldré de esto?», o «Estoy engañando»,
o «Soy un miserable», o «Soy un hombre hábil».
Caminaba estrechamente unido a su fábula.
Cuanto más vivía su papel, más se incorporaba a él y más le aportaba ese fuego y esa franqueza que persuade.