He metido las manos en el fuego
por saber si era cierto su suplicio
y supe -el si era o no lo supe luego-
que el saber esperar ya no es mi oficio.
Y lo es desesperar, quiera o no quiera,
y es el seguir no hallándote en lo oscuro
de esto que llaman llanto por ahí fuera
y yo de que es mi vida estoy seguro.
Y aunque tu mano tarda, a mí me duele
como si no llegara nunca. ahora
me entretengo en trenzar melancolía.
Después vendrá la pena como suele
venir: para avisarme que es su hora;
y el estar solo a hacerme compañía.