Hoy, porque no quiero entristecerte,
no has de llevarme a donde quieras;
en marchita cuna está meciendo
a tu ajeno corazón el alma.
Bajo el tiempo enraízan los pesares
viejos, cansados ya de serlo;
ni con el tiempo, aunque te olvide,
se desaparecen; no me dejas.
Tú sin conciencia; tú, sin pena,
de esta muerte vienes a apartarme.
Llevado por la mala, canto,
para contentarte, cosas míseras;
sólo por venir a verte, vengo.
-Ya no sufras, corazón; a nadie
le va a importando lo que alumbras;
fuera mejor que te apagaras,
mejor que se acabara esta querencia.-
Desvelado, te sueño; insomne
me apasiono por soñarte sola.
Y se me cargan la premiosa
verdad, y la cantina espesa,
y los licores del recuerdo.
Tú me das en qué pensar. Y mientras
yo pienso, puedes tú reírte.
Vas a vivir sin mí. Ya alguno
te dice -y mejor- lo que te dije.
Tú, como nueva; tú, sin pena.
Y no negaré que te he querido.
En tu lección de despedidas,
aprendo cuanto soy. Decrépito,
cabizbajo y sin llorar, me miro
en los agujeros del zapato.
De agujeros en mi espejo ahora.
Desencordado y sin guitarra,
hago segunda a tus adioses
con mi desgracia. Estás conmigo.
Hablo nada más por darte el gusto
de ver cumplidas mis habladas.
Al otro lado de este puente
roto, de esta puerta clausurada.
Y me hago el dormido, porque quiero
pensar que no vuelvo a despertarme.
Un orgullo tan sólo tengo:
no me encontrarán cuando me busquen
de espaldas, porque estoy de frente.