La infinita descomposición de la luz
en la cristalería del hielo.
Barcos cargados de arcoiris
y navegaciones
en las que cualquier oro era nada.
Como esas rorantes matas de zarzaparrilla
con sus rútilas gotas de sangre
sobre la nieve más sana,
más pura,
en el último rincón
de la huerta más austral del universo.