Juan se llevaría la palabra isla de Jesús Aguado

Juan se llevaría la palabra isla. Así,
ante las preguntas sibilinas que siempre
son el crepitar del fuego, el graznido del
cormorán o el repiqueteo de la lluvia,
y de cuya contestación dependen que se
nos entreguen o que nos rechacen,
podría decirles: «me llamo Juan y estoy
en una isla». Y luego ya en voz baja
y para darse ánimos, seguiría: «sé mi
nombre y el nombre del lugar donde habito.
Con estas certezas construiré de nuevo el
mundo. Haré que dialoguen sin pausa
hasta que estalle el orden felino del
lenguaje». De los abrazos tiernos y de
los sanguinarios duelos de la palabra
isla y de la palabra Juan, de los chispazos
del amor y del odio, surgirán las
palabras otro, armazón, desasosiego, velamen…
e infinitas más que, al irse despertando clamarían por un lugar propio,
y cuando ya no cupieran allí hallarían entre todas
la palabra ballena y esta pugnando como si fuera una pelota,
empujaría la isla hasta el límite del mundo.
Entonces Juan, instintivamente,
tomaría una por una todas las palabras
y las arrojaría al abismo.
Cuando sólo le volvieran a quedar la palabra Juan y
la palabra isla se diría:
«¿no sería más divertido, por más difícil,
reinventar una vez más el mundo ahora
únicamente con una de estas dos palabras?»
Y con un júbilo sereno
se desharía de la palabra Juan.