Por la hierba del prado caminabas,
y volaba tu brazo adolescente;
y por la red de la raqueta alzada
se filtraba la luz del sol poniente.
La paz dominical, desanimada,
tu rostro angelical y aquel veloz
y serio juego todo lo embrujaban.
Te veía, borrosa, hija de un párroco
reformado. Cogías rosas cerca
del convento; los cuentos, te gustaban,
la cal de las paredes y los niños.
Yo, oficial en Singapur, volvía.
Alto, ruborizado, saludaba…
Pasaban olorosos carros de heno.
Versión de José Corredor-Matheos
«Ocho siglos de poesía catalana», Editorial Alianza