De la mutilación de las estatuas
a veces surge la belleza, de los
capiteles truncados cuyo acanto
cayera en la maleza entre el acanto:
perfección del azar que nada tiene
que hacer para ser símbolo de todo
lo que se quiera.
Triste
belleza -nunca es triste
la piedra en su lugar, nunca fue triste
la maleza en el suyo -la del símbolo.
Pues el azar que rompe la voluta,
cercena gestos imperecederos,
es el mismo que quiebra la hermosura
de edificios de sangre.
Sólo quise
decirte y me han salidos dos acantos
y tres tristes- que nada
hay para mí más bello que el ver que estás alegre
y viva.