La carta que te escribo merece la palidez de tu rubor.
Entre líneas
hallarás la piel de mi voz.
Al borde de tus párpados encendidos
residirán por un momento
mis proposiciones.
Tus ojos,
gratos gatos roedores de mi mensaje,
encontrarán
en la multitud de letras
fallas geológicas amatorias
por donde se puedan filtrar
terrenales congojas,
a las que no deberás temer.
Pero lee esta carta
antes que amanezca,
no sea que el sol
borre los destellos de la tinta,
el flujo de mis sueños
absorbidos
en la celulosa fibra del papel.
No sea que sus amorosas frases
se desangren en la página.
Léela ahora,
viaja desde tu cama
o desde el sitio donde estés
a través de su literatura
pues en ella encontrarás
alfombras mágicas,
encantadores de serpientes,
pájaros
picoteando peras
y peces voladores
trasegando sirenas.
Léela.
Escudríñala.
Descifra el volumen
de sus dulces anotaciones.
Léela al revés y al derecho,
y cuando la termines
cierra los ojos
para que mis palpitaciones
descansen
en
paz.